Llegar a mi cortijo y que mi caballo me salude, ese gesto
que a la mayoría de las personas le puede parecer algo totalmente insignificante,
para mí es uno de los mejores placeres de la vida, puesto que él, es el animal
que más confianza y lealtad me transmite. Podría decir que en él encuentro un
gran amigo. Al igual que en mis perros.
Entre otros de mis muchos placeres está el hecho de ir en
una moto dándome el aire fresco en la cara, es una sensación que me transmite
libertad y tranquilidad.
Para mí, es encontrar lo sublime en lo cotidiano, en lo
inmaterial, en lo que no vale dinero… Esas cosas que te alegran el día con tan
solo verlas, oírlas… En definitiva, sentirlas.
Las
palabras de este artículo salen directamente de mi corazón, y sin tener que
pararme a pensarlas, ya que tengo muy presente qué es lo que me hace feliz.
Para mí
el pequeño placer que me brinda la vida día tras día no es un objeto, para nada…
Es una persona, una gran persona. Y digo grande porque no encuentro una palabra
para definirla, ya que nada se acerca a su perfección. La persona de la que os
estoy hablando es aquella que me dio la vida, aquella que lleva 18 años
luchando por mí, aquella que hace lo que hace por y para mí. Esa persona es mi
madre. Y si me permitís, la mejor madre del mundo.
Podéis
pensar que todos sentís especial veneración por vuestras madres, porque para
algo son vuestras madres, pero os puedo asegurar que ninguno de vosotros tenéis
el vínculo tan especial que nos une a nosotras. Justo hace unos días, una amiga
comenzó a decirme lo admirable que le resultaba mi relación con mi madre, y es
que cualquiera que nos conozco tan solo un poco a ambas, sabe que ninguna podría
vivir sin la otra.
Es mi
amiga, mi confidente, mi maestra, pero sobre todo mi madre. Esa madre a la que con tan solo mirarla sé
cómo está, esa madre luchadora, esa madre histérica, esa madre dulce, esa madre
a la que quiero infinito. Esa madre a la que le debo tanto, tanto, tanto. Nunca
podré devolverle todo lo que hace por mí, porque los hijos no nos damos cuenta
de los grandes sacrificios que hacen nuestros padres por nosotros, pero os
aseguro que sois el centro de sus vidas.
Lo admirable
es que puedo tener el peor día de mi vida, pero la veo sonreír y esos problemas
se esfuman, porque si ella es feliz, yo también lo soy. Y es por este motivo,
entre otros, por el que digo que es mi “pequeño placer”. Eso que me hace feliz,
lo que le da sentido a mi vida. Sin ella mis días no tendrían sentido.
Brotan de
mi interior más y más palabras que decirle, pero las escribo y me veo obligada
a borrarlas, porque es imposible plasmar aquí lo que siento por ella, y las
palabras me resultan pobres. Este sentimiento es algo que solo ella puede
entender cuando la miro y le digo ese “te quiero” que nunca irá dirigido a otra persona con tanta intensidad y sentimiento como el que le digo a ella.
Me parece
interesante acabar mi último artículo para este maravilloso blog, con una
pequeña crítica a la curiosa definición que da la RAE de “madre”.
¿No os
resulta vulgar, pobre y totalmente obsoleta? Creo que nadie piensa que una
madre es la que te da la vida. Me atrevo a poner en duda esa definición que da
la Real Academia Española porque una madre no tiene que cumplir solo esa
función. Una madre tiene que cuidarte, mimarte, apoyarte… Me parece injusta esa
definición para muchas personas adoptadas. ¿Deben llamar madre a aquella
persona que las tuvo y las abandonó? Estoy segura de que no. Deben llamar madre
a esa persona que las han aceptado en su vida.
Por eso
digo que la persona que me trajo al mundo es mi madre, porque además de tenerme,
ha estado y estará conmigo siempre.
Tras leer un largo listado de experimentos perteneciente al
libro “101 experiencias de filosofía cotidiana”, me he decantado por el de
“Ducharse con los ojos cerrados”.
En un principio lo que te hace decantarte hacia un
experimento u otro es tu personalidad. Creo que este experimento puede estar en
concordancia con la mía, y por eso lo elegí. Los demás me resultaban
incoherentes para realizarlos yo, lo que no quiere decir que otra persona no
pueda realizarlo correctamente. Es como si este experimento me hubiera elegido
a mí, en lugar de yo a él.
Tras leer las sensaciones que produjo el mismo experimento
en otra persona me dispuse a realizarlo yo misma, pero pensé que sería
interesante dividir este experimento en dos partes: Una primera parte con lo
que creo que voy a sentir, y una segunda con lo que una vez realizado el
experimento, he sentido.
Sinceramente, en un primer momento pensé que este
experimento iba encaminado a ponerte en el lugar de una persona ciega, que
tiene que realizar actividades que nosotros consideramos fáciles y cotidianas,
pero que para él no lo son tanto.
Con esta mentalidad comencé a pensar que la tarea de
ducharse no es tan sencilla y puede resultar peligrosa. Creo que estas personas
tienen que tener todo muy ordenado, para ser capaces de distinguir un producto
para el cabello de otro para el cuerpo, o muy desarrollados otros sentidos como
puede ser el olfato. Así serán capaces de saber con el olor cuál es cada
producto. Pero sinceramente, ¿seríais capaces de diferenciar el olor de vuestro
champú del de vuestro gel? Creeréis que sí, pero estoy segura que es un no,
porque al ver los productos no damos importancia a los pequeños detalles como
son su olor, su tacto…
Con todo esto me disponía a ducharme fijándome en los
pequeños detalles, a disfrutar del tacto del champú en mi pelo o del gel en mi
cuerpo, a disfrutar de la mezcla de olores que ambos formarían en el aire
cálido del baño…
Pero una vez realizado el experimento me he dado cuenta que
la experiencia va mucho más allá.
Me dirigí a la ducha con ganas y mucha curiosidad. Cuando
comencé todo me pareció un poco absurdo y agobiante, pero cuando me propuse no
pensar en nada y concentrarme únicamente en el agua deslizándose por mi cuerpo,
mi opinión acerca del experimento cambió radicalmente.
Como a todos los seres humanos, me costó cierto tiempo poder
huir de mis pensamientos. Esto se debe a que siempre estamos tan preocupados
por todo que somos incapaces de desconectar del exterior y tener nuestro propio
momento. Ese propio momento tan importante e íntimo que todos necesitamos tener
con frecuencia para sentirnos en paz con nosotros mismos y así poder disfrutar
de nuestras relaciones con los demás.
Repentinamente, sin darme cuenta, llegó un momento en el que
solo oía el agua que tapaba mis oídos. Era incapaz de concentrarme en otra cosa
que no fuera el agua. Todos mis pensamientos volaron fuera de mi cabeza. Fueron
solo unos segundos, pero os aseguro que me sentí tan realizada que llegue a
comprender la finalidad del experimento. Es una sensación que no se puede
expresar con palabras, así que os animo a que realicéis uno de los experimentos
de este gran libro.
Para concluir, me parece interesante señalar la gran
diferencia existente entre lo que creía que iba a sentir y lo que
verdaderamente sentí tras realizar el experimento. Es curioso como creí que el
experimento iba encaminado a preocuparnos por los demás y ponernos en su piel,
cuando la finalidad de este era conectar conmigo misma.
El experimento que a continuación voy a contar se incluye en
el libro “El escarabajo de Wittgenstein y otros 25 experimentos mentales más”.
El experimento de J de Jules y su escalera nos narra un
planeta compuesto únicamente por gases, todo lo que hay en él es gaseoso,
incluidas las personas, a las que se les llama jeómetras.
Como bien he señalado en el dibujo anterior, la temperatura
en el centro de este planeta es muy alta, contrastando con la temperatura de la
superficie del mismo, que es baja. Debido a este cambio de temperatura, los
cuerpos gaseosos conforme se acercan a la superficie van disminuyendo. Es
importante citar en este momento que todos los cuerpos disminuyen a la misma
velocidad.
Cuando los jeómetras deciden explorar las capas de su
planeta crean una escalera gigantesca con la que creen posible ver las
diferentes capas. Cada vez añaden más y más peldaños a las escaleras, pero lo
que ellos no saben es que conforme se acercan a la superficie tanto ellos como
la escalera disminuyen, así que es imposible llegar a la superficie exterior.
Con esta imposibilidad de llegar al exterior los jeómetras
concluyen diciendo que su planeta es infinito, ya que aunque no sea así para
ellos sí lo es porque son incapaces de lograr llegar al exterior.
Con este experimento Jules Poincaré nos quiere mostrar su
duda ante los distintos métodos de medición, ya que él considera que ningún
método será el más real.